La función energética del hígado es de difusión, esto significa que se encarga de que el Qi se distribuya de manera paulatina y con fluidez a todo el organismo a través de la sangre y los meridianos.
Cuando la función energética hepática se ve alterada (la emoción que lo altera es la ira, ya sea manifestada o reprimida, y todas sus variantes), provoca desequilibrios en el sistema, haciendo que su energía se debilite, se estanque, o bien, debido a un arrebato colérico, ascienda a la cabeza.
Cuando la función energética hepática se ve alterada (la emoción que lo altera es la ira, ya sea manifestada o reprimida, y todas sus variantes), provoca desequilibrios en el sistema, haciendo que su energía se debilite, se estanque, o bien, debido a un arrebato colérico, ascienda a la cabeza.
Es fácil comprobar las alteraciones orgánicas que produce la ira: sólo tenemos que enfadarnos. Cuando esto ocurre el hígado se congestiona, produciéndose un exceso de calor que en seguida bloquea el diafragma, dificultando la respiración, que se vuelve consciente y forzada. El diafragma actúa como un fuelle, impulsando el calor hacia arriba, recalentando el pecho e inflamando literalmente al corazón. La tendencia natural del calor es subir, por lo tanto todo el calor generado sube a la cabeza, enrojeciendo las mejillas e inyectando los ojos en sangre y después alterando al cerebro, de manera que perdemos la claridad mental y ya no razonamos de una forma coherente. En este momento es cuando existe el peligro de hacer cosas de las que luego podemos arrepentirnos, puesto que es toda esta inflamación la que nos empuja a la tormenta.
Este desequilibrio lo podemos regular con ejercicios de Qigong (la serie de la madera podría ser un ejemplo). El objetivo de los ejercicios es descender la energía ascendente dañina, desbloquear la emoción estancada en el hígado junto con el estancamiento energético y promover de nuevo la función de difusión.
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